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miércoles, 31 de marzo de 2010

EL MUSEO

"El Museo"
Por Jazael Olguín Zapata

No sabría como abordar el tema del museo sin caer en contradicciones. Las distintas aristas desde las cuales se puede abordar su condición se complementan pero también se pueden llegar a rechazar de manera tajante. Entonces sería bueno preguntarse ¿Cuándo fue que le otorgamos al museo su cualidad de estandarte de la cultura?

 
Los museos de arte históricamente eran comprendidos como guaridas en donde grandes colecciones de pinturas y esculturas eran resguardadas del mundo exterior. Una creación de las aristocracias y burguesías europeas para resguardar sus grandes pinacotecas y colecciones de arte antiguo resultado de los saqueos como el emprendido por Napoleón en Egipto.

 
A veces los museos eran también meros almacenes de piezas y obras rescatadas de entre las ruinas pertenecientes a alguna civilización anterior. De cualquier manera, el museo parecía todo menos un lugar en contacto con sus entornos más inmediatos; era más bien lo contrario: un lugar especialmente erguido en franca separación con la realidad. Un lugar para poder acceder a la Belleza porque es ahí – y únicamente ahí- donde reside. Un espacio para la alta cultura y para el arte elevado y consagrado. Al final, un lugar especial.


¿Me pregunto cuántos museos se construyeron en el siglo pasado? En la consolidación de los Estados-nación los museos se convirtieron en las construcciones que albergaban y que promocionaban las identidades de cada país. Lugares de propaganda para los Estados a través de la cultura. Ahora me pregunto ¿Cuántos museos de arte contemporáneo se han construido en el mundo en los últimos veinte años? Me atrevo a pensar que el número es vasto y que seguirá creciendo. Ahora los museos son construidos para darle estatus a ciertas ciudades o regiones dentro del mundo global y convertirlos en atractivos para las inversiones del gran capital. El museo convertido en mercancía es absorbido por la neutralidad. Un lugar que resguarda ruinas convertido también en una ruina monolítica; en una construcción espectacular que encara el abismo de la insipidez y la esterilidad.


El museo convertido en un espacio de cultura neutral. ¿Significa eso que todas las prácticas que ahí suceden también son anuladas por el solo hecho de existir en ese espacio? ¿es acaso la institucionalización del arte a través del museo su ataúd?, o ¿es posible que el museo aún otorgue oxígeno a aquellos que dentro de él se amparen?


La respuesta aún debe de ser formulada. Existen quienes reniegan y huyen del museo, quienes lo buscan para lograr su legitimación dentro del mercado o quienes a manera post mortem son llevados a ese lugar para su reivindicación inspida. Visto este panorama, me quedo con la siguiente ¿Existe la posibilidad de utilizar al museo para lograr una práctica crítica, sana y no moribunda? Si es así ¿serán aquellas prácticas que a través de la invisibilidad y lo efímero – de la imposibilidad de convertir las prácticas artísticas en mercancía- las que saquen al museo de su marasmo de inutilidad mortuoria? ¿o es necesario huir de él como quien huye de la peste?